El pasado sábado, día 15, asistí en el salón de actos del Ateneo de Madrid a uno de los acontecimientos más importantes que recuerdo en muchos años.
He enseñado durante no pocos Cursos ‘Comunicación Política’ y aspectos de la misma en Másters de diferentes Universidades españolas y extranjeras y en Seminarios que he impartido en diferentes países. También he escrito bastante sobre estos asuntos. Es lógico, por tanto, que me encuentre familiarizado con actos, o -como dicta el anglicismo ahora dominante- , con ‘eventos’ muy variados. Dicho de otra manera: padezco una deformación profesional que consiste en detectar cuándo me encuentro ante comunicación política de verdad y cuándo ante camelos y mercancía averiada; cuándo reconozco a profesionales excelentes y cuándo a vendedores de alfombras persas. Muy bien pagados, eso sí, pero que no pueden, con su mochila conceptual, atravesar la próxima colina que presente dificultades.
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Pues bien, me pareció que el público que llenaba el Salón de Actos del Ateneo estaba muy bien informado, sabía lo que quería y no quería perderse en medio de todo el barullo de mensajes que nos abruman desde hace meses. Observé que no están dispuestos a que muchos políticos y medios de comunicación jueguen con ellos, ofreciéndoles el cebo de la corrupción para que limiten su acción política a actuar contra ella. Tienen una visión muy clara de que los problemas cuya solución puede unir a los españoles de todas las regiones y partidos no se acaban sólo porque los corruptos reparen el mal que han hecho. (…)