INTRODUCCIÓN
Despejando ideas
sobre Andalucía
Andalucía es una tierra rica con enormes potencialidades. Nuestro peso económico, social y político en el conjunto de España es enorme. Con ocho provincias y 8,5 millones de habitantes, casi la quinta parte de la población española, somos la primera comunidad por población, la segunda en extensión, la tercera región de España que más riqueza genera, con una importante industria en sectores estratégicos, y la segunda flota pesquera; gran parte de nuestro territorio se dedica a la agricultura y la ganadería; somos la tercera región en producción científica, la cuarta en turismo y poseemos un enorme patrimonio cultural…
Políticamente Andalucía es un pieza decisiva en el panorama político nacional. Nada de lo que pasa en Andalucía es ajeno al resto del país. Los resultados electorales que se dan aquí, normalmente, han marcado tendencia para el resto de España. Y son muchos los gobiernos nacionales que se han decidido por los votos obtenidos en Andalucía.
No olvidar nunca
de donde venimos
Sin embargo, subyace en la memoria colectiva una especie de sambenito sobre nuestra tierra que conviene despejar. Si preguntáramos cuales fueron los territorios pioneros en el desarrollo industrial de España, la mayoría pensaría en
Cataluña y en el País Vasco, y a muy pocos se les ocurriría pensar en Andalucía. Pero los datos y la realidad histórica nos demuestran otra cosa muy contraria a la imagen de una región atrasada, subdesarrollada, indolente y condenada a vivir de las subvenciones o a ser un solar agrario y desindustrializado. Eso, ni es cierto ahora, ni lo ha sido nunca.
La verdad es que si sacamos imágenes no muy antiguas, observamos que ciudades como Málaga, Cádiz, Córdoba, Sevilla o Huelva, se parecían más al Manchester de la revolución industrial, con un paisaje lleno de fábricas y chimeneas, que a esa imagen de una al-Ándalus detenida en un tiempo de folclore, mitos y leyendas.
Efectivamente, durante casi todo el siglo XIX y principios del XX, Andalucía fue un motor en el desarrollo, la industrialización y el progreso. Muy por delante de la mayoría de territorios y ciudades que ahora pensamos como núcleos industriales y avanzados.
Sin embargo, esa conciencia ha sido borrada “a conciencia” porque no interesa conocerla para no preguntarse por las causas que relegaron a Andalucía a lo que es hoy.
Pero todo eso pasó. Y más.
¿Qué tenemos
hoy?
A pesar de todo, tenemos importantes riquezas y muchos recursos para generar nueva riqueza y empleo y para hacer frente a las enormes desigualdades sociales saliendo más fuertes de esta crisis.
Somos la tercera economía española. Cada año los andaluces generamos una riqueza superior a los 150.500 millones de euros (PIB). Además del campo y el turismo, tenemos una importante producción industrial en sectores estratégicos como la agroindustria, la química o la producción energética. Tenemos la segunda flota pesquera nacional y somos la tercera comunidad en producción científica con más de 2.000 grupos de investigación en los que trabajan 30.000 personas en proyectos de vanguardia internacional. Nuestros recursos naturales y nuestras condiciones son muy favorables para el desarrollo de nuevas energías limpias y renovables o somos el mayor productor de agricultura ecológica de la Unión Europea…
No es crisis,
es saqueo
Desde 2008 hemos venido enfrentándonos a una sucesión de crisis sin solución de continuidad.
Y nos han contado de todo. Que si habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, que si no había dinero, que si la pandemia nos pilló tras casi una década de recortes, que tenemos que asumir la subida del coste de la vida por la guerra, que si la crisis actual la explica (y justifica) la reactivación económica post-pandemia,… pero lo hay detrás de estas “plagas bíblicas” es que las crisis siempre recaen sobre los sectores populares y trabajadores.
Y mientras se ejecutan rescates millonarios a la banca o las empresas del Ibex35 alcanzan beneficios record (más 50.000 millones de euros en 2021), las condiciones de vida y de trabajo del 90% se ven cada día más deterioradas.
Asistimos a un proceso acelerado de concentración de la riqueza. La gran cantidad que se crea no se redistribuye e, inevitablemente, genera cada vez mayores desigualdades. Lo que pasa, en toda España, pero de forma más aguda en Andalucía, es que una pequeña minoría de bancos, monopolios, capital extranjero y grandes fortunas se apropian y benefician de la mayor parte de una riqueza producida por el conjunto de la sociedad pero de cuyos frutos se apropia y disfruta una pequeña minoría.
Durante la crisis anterior en Andalucía se impusieron recortes sociales, en la Sanidad y la Educación, rebajas de salarios y pensiones…, y subidas de impuestos por más de 42.000 millones de euros, el equivalente a más de 15.000 euros por cada familia. Y mientras todo eso pasaba, bancos, eléctricas y constructoras eran rescatados con más de 160.000 millones de euros y el capital extranjero controlaba cada vez más sectores de nuestra economía. Los gobiernos de la Junta
gestionaron la crisis sometiéndose a imposiciones dictadas desde fuera por el FMI y Bruselas. La nueva crisis, agudizada por la pandemia, y ahora las consecuencias de la guerra están profundizando aún más el abismo social y los problemas estructurales.
Esta es la base de que Andalucía presente algunos de los peores indicadores en materia de salarios, pensiones, paro, desigualdad y exclusión social. Una herencia que, junto a otras secuelas de la crisis, como los desahucios o los precios de la luz, ha golpeado con especial dureza a millones de personas.
Esto no es nuevo; lo han convertido en un problema estructural que se ha profundizado, y cronificado, durante los 37 años de gobiernos del PSOE y los tres últimos del PP agudizando las desigualdades sociales y territoriales.
A esto hay que sumar la existencia de una Andalucía “vaciada” en la que la despoblación y el abandono se han convertido en un problema. Y aún quedan sin resolver restos de relaciones feudales o semi-feudales en el campo andaluz, con 131.000 jornaleros subempleados y latifundios deficientemente explotados.